Por sonrisa entendió cortejo;
por consejo, orden;
por consuelo, caricia;
por humildad, interés;
por calidez, pretensiones
y por razones, rechazo;
resumiendo…
nunca entendió nada.
.Dani
Una mixtura de angustia, desesperación y rabia se vio esfumada cuando, en medio de una enunciación compulsiva de insultos a sí misma, observó que una luz roja detenía su colectivo. Aquel colectivo azul que la llevaría a destino, el mismo que se acercaba de manera proporcional a su capacidad de reacción que, entiéndase bien, no le impidió evadir la duda de saber si podría alcanzarlo o no. Así, estuvo inmóvil durante algunos segundos, idénticos a aquellos que habían causado la conflictividad inicial.
Cuando se desprendió de su incertidumbre, dejando atrás las cadenas que amarraban sus piernas al piso, e hizo el gesto de correr hacia él, el verde del semáforo le asestó un golpe terrible a su ánimo. Un gancho al hígado, semejante al de la Hiena Barrios en su apogeo pugilístico hizo estragos en la ya debilitada valoración del día. Fue entonces, que aquella mixtura de angustia, desesperación y rabia no tardó en retornar acompañada de una enunciación compulsiva de insultos a sí misma -esta vez a los gritos- sin temer en lo más mínimo al ridículo.
Dani.
Es tiempo de levantar la cabeza
de mirar el camino, de medir nuestra fuerza.
De soñar que se puede, aunque a veces lo encubran
de aferrarse a la fe, aunque muchos lo dudan.
De observar en lo verde, la savia que energiza
de abrazarnos de a poco, sin pausa y sin prisa.
Es tiempo de levantar la cabeza
de mirar el camino, de medir nuestra fuerza.
De creer que las leguas no siempre son muchas
que tal vez la distancia impide la escucha.
Por ello busco palabras cargadas de amor
queriendo creer que nunca…
nunca morirá su flor.
Dani.
Un célebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semiperdido.
Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró facilmente subirse a un altísimo arbol, desde el cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino la vida y las costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.
Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.
En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.
El león estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos de León, dio media vuelta y se alejó corriendo.
De regreso a la ciudad, el célebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al Universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y después de todo no le ha hecho nada.
Nosotros les hablamos. Les enseñamos que la palabra, junto con el amor y la dignidad, es lo que nos hace seres humanos. No les enseñamos a pelear.
O sí, pero a pelear con la palabra.
Ellos aprenden. Saben que si nosotros estamos en esto es para que ellos no tengan que hacer lo mismo. Y hablan y también escuchan.
Contra lo que ustedes dicen, nosotros les enseñamos que las palabras no matan, pero que sí se puede matar a las palabras y, con ellas, al ser humano.
Les enseñamos que hay tantas palabras como colores, y que hay tantos pensamientos porque de por sí el mundo es para que en él nazcan palabras.
Que hay pensamientos diferentes y que debemos respetarlos.
Que hay quien pretende que su pensamiento debe ser el único y que persigue, encarcela y mata (siempre escondido detrás de razones de Estado, de leyes ilegítimas o "causas justas") a los pensamientos que son diferentes.
Y les enseñamos a hablar con la verdad, es decir, con el corazón. Porque la mentira es otra forma de matar la palabra.
Subcomandante Insurgente Marcos, México, Enero de 2003